martes, 4 de octubre de 2011

Fundamentos de Economía Pánica


Las finanzas son el arte de hacer con dinero más dinero. "Si la vida te da limones, haz limonada". Pero si la vida te da dinero, haz vida.

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El mercado de valores es una puja entre quienes cosechan valores y quienes siembran el pánico. Refleja menos la realidad que un reflejo de la realidad: trastorno bipolar, alharaca de euforias y depresiones.  

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La economía es inversamente proporcional a la política; unos siembran valores que no germinan y otros cosechan miedos sin fundamento. Pujan por ganarse nuestra ingenuidad o nuestro temor, pero persiguen una misma recompensa, su beneficio.

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Meterse en política o finanzas es una valiente declaración de intenciones, todas malas.

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Salir de la crisis pasa menos por exigir soluciones que por pedir imposibles. Va el mío: una legislatura sin corrupción.


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El mercado laboral es el único mercado que al reducirse la oferta y aumentar la demanda, caen los costes. Su quiebra no supone tanto el pleno desempleo como la absoluta esclavitud. 

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"Dentro de unos años nos reiremos de todo esto", me dicen. Los mejores chistes tardan en cogerse, las bromas pesadas, en alcanzarnos.

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La economía reza que se ha de rescatar el barco y no a los pasajeros, para que siga tocando la orquesta.

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La crisis es un empate entre los que no quieren perder y los que no pueden ganar.

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Crear un impuesto a la riqueza es labor tan noble como cazar dragones. Alentará a los soñadores, pero es sabido que la riqueza es lecho de dragones y hace tiempo que estos no se muestran.

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Una relectura de la estafa Madoff: los altos ejecutivos sólo tienen talento para negociar sus contratos.

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Una regla de oro de la inversión: "quien se la juega pero no se lo juega te la juega".

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Si alguien te da a elegir entre la Bolsa o la Vida, escucha a tu corazón.
Si late, escoge la Bolsa.
  
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Hay tantas maneras de perder dinero como de gastarlo.

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Si inviertes mucho en tu aspecto, sin duda mereces tus compañías.

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Para reducir riesgos se recomienda aumentar la diversificación. Al diversificar se recomienda aumentar la concentración. 

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Precaución ante la matemática financiera: La magia del interés compuesto consiste en hacerlo aparecer.

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Parafraseando a Robert Graves: Es cierto, en la poesía no hay mucho dinero, pero es que en el dinero no hay ninguna poesía. 

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Costumbres de la corrección de las maneras


Escribir es un secreto de los que se confiesan borracho, cuando acucia la pereza para tejer respuestas elaboradas que nos cubren con una respetable hoja de parra. Es confesarse un paria e inclinar la nuca para ser el centro de la amada burla. Momentos en los que a uno le da por soñarse matemático.

O mixólogo a cargo de una barra de cóctel, donde si es posible que alguno os pregunte si habéis patentado alguna mezcla también es posible ganarse el cielo sirviendo un gin-tonic como dios manda.

La trampa radica en confesarse secretamente lingüista y tener que descender con la maza a la galerada, donde otros lingüistas obran sus oscuras maquinaciones. No conozco tugurio más peligroso y me considero un experto en dichos antros. Hasta un quítame allá esas pajas resultaría una reclamación justa en esos sótanos editoriales en los que cualquier futilidad da pábulo a las grescas más virulentas.

He estado a ambos lados de la barrera. He visto los ojos inyectados en sangre del autor que escribe sobretodo e ipsofacto todojunto y el trémulo puño prieto del corrector que se los ha separado. A la ensayista asir por el cuello a quien le trocó un cuarentaiuno por un cuarenta y uno. Al crítico llorar porque una desaprensiva desamparó de cursivas a Peter Camenzind tomándolo por un nombre propio.

Un bando se encomienda a la RAE, los que gozan de mi simpatía no pueden sino encomendarse a sí mismos. Es decir, confesarse secretamente autores. Autoridades como aquellas a las que se encomienda la RAE. Menudo atrevimiento.

Quizás el mundo jamás les de la razón. No importa, agudizando el oído quizás escuchen al corrector murmurar para sus adentros Estos escritores de mierda...

No hay mejor bienvenida a la tribu.

    

jueves, 11 de agosto de 2011

A la atención de Sinteresada


Ilustrísimo/a Monsieur Pierre Bordieu:

Esta infame Disfacultad de Filología Pánica lamenta mucho informarle de carecer de la pasta necesaria para la adquisición de su asombroso aparato intensificador de la experiencia literaria.

No obstante, sería para nosotros un sumo privilegio contar con su presencia en nuestro próximo Congreso: "El análisis científico de las condiciones sociales de la producción y de la recepción de los análisis científicos de las condiciones sociales de la producción y recepción de las obras de arte".

domingo, 7 de agosto de 2011

Agonías de calimas y panzas de burro


Llevaba varios días sumergido en el letargo de la ciudad invernadero. Doblando las mismas calles que en aquella antigua rutina, sin motivo alguno, porque sí, como un turista. 

Prácticamente había recuperado el acento de la tierra y volvía a pasar desapercibido. Sorteando cuerpos de cucarachas por la acera, empapándose de la indiferencia de los edificios de piedra sudorienta y fachadas de hollín. Esta luz mortecina de agosto, la mórbida panzaburro, es la pocilga en la que nació. Con su rumor de conductores suicidas por encima de las olas.

Debe ser la única ciudad en las islas que aún le pisa a fondo en verano. Aquí no se toman vacaciones y celebran este cielo de presidio como una bendición. Lanzándose en melé a las calles. 

Le resulta desagradable cruzarse con rostros lejanamente familiares, casi borrosos. Un antiguo compañero de colegio le pide un par de pavos para un bocadillo de jaco. Un traje de corbata de estío lo detiene en una perpendicular a Triana para un qué ha sido de tu vida tómate una caña. Continuamente, es inoportunamente pescado.

Está sobrio, y de poco humor. Ser escritor es la más floja de sus bromas. Una broma idiota, demasiado privada, quizá, para un encuentro de paso.

No construye la frase que por lo habitual suena desdonadamente juvenil, perfectamente ridícula. Esta tarde ha perdido su gracia y la reacción que provoca no le divierte nada. 

Ante su reflejo en un escaparate, una efigie barrigona de guitarrista desahuciado, reconoce este nuevo vacío. 

Adivina un guiño oculto tras esas gafas de sol; una ligera sonrisa tras la bocanada de humo. Por un instante prefigura el deficiente par de párrafos en que verterá estas absurdas meditaciones. Tal vez todavía no se sienta capaz, pero experimenta una macabra satisfacción al haber logrado incapacitarse para cualquier otra cosa. 

Siente el pie en el abismo de Cioran; estas palabras (las suyas) no son las únicas de las que desconfía, sólo las que le despiertan menos misericordia. Dobla otra esquina. Ahora camina con un gramo de la energía de Witt sin escalera y una renovada sed de libros de viejo. Al sumarse a la marabunta de Triana incluso vuelve a sentirse solo. Leopoldo María Panero, recostado en su banco, le pide dos euros, y él responde que no tiene un chavo. Es mentira.


martes, 2 de agosto de 2011

Momentos estelares de la literatura (7)

Tras haber inspeccionado parte del gran puzzle que compone un edificio parisino sin fachada (como aquel otro sito en el número 13 de la rue del Percebe), y haber menudeado al pormenor con las reconcentradas existencias de sus inquilinos, nos llegamos al comedor de la señora Moreau, atiborrado de muebles, como por ejemplo un pequeño aparador bretón en el que siempre se había visto un licorero Napoleón III de papel machacado, un recado de fumar (con una caja de cigarrillos que representaba Los jugadores de cartas de Cézanne, un encendedor de gasolina bastante parecido a una lámpara de aceite y cuatro ceniceros decorados respectivamente con un trébol, un diamante, un corazón y una pica) y un frutero de plata lleno de naranjas, todo ello presidido por un tapiz que representaba unos jinetes árabes corriendo la pólvora; pese a todo lo cual nuestra vista se ve pronto atraída hacia la pared, donde

entre ventana y ventana, por encima de una coco weddelliana, palmera de interior de decorativo follaje, colgaba un gran lienzo oscuro que mostraba un hombre con vestiduras de juez, sentado en un alto sitial cuyos dorados salpicaban todo el cuadro.

Georges Perec, La Vie Mode d'Emploi (1978)

domingo, 24 de julio de 2011

Máster en Escritura Digamos Creativa


Descripción       El objetivo general del programa es la formación de profesionales en el campo del dolor, en todas sus vertientes.


Requisitos    El Máster es de libre acceso y está dirigido a cualquiera inclinado a adquirir conocimientos morfosintácticos y emplear técnicas estilístico-terapéuticas básicas en los ámbitos de intervención y proyección individual y grupal para desarrollar recursos creativos en las intervenciones de grupos e individualidades a través de una formación de carácter teórico-práctica-mente nula.


Coste  El valor del presente curso es insignificante comparado con su precio. Los contenidos, gratuitos.


Becas  Los demandantes podrán efectuar la susodicha demanda ante la entidad abstracta que juzguen más oportuna o solvente, ganarán un tiempo precioso antes de perder definitivamente el juicio.


Prueba de aptitud  Antes del acceso se exigirá la superación por parte del alumno de una prueba escrita, que bien podría consistir en escribir algo.       


Futuro profesional Quienes obtuviesen dicho título verán prontamente su vida transformada en un torbellino; aquéllos que hayan desarrollado suficientemente el oído incluso podrán tomarse alegremente la libertad de oír el sonido que produce tirar uno mismo de la cadena.




Modalidad    Previsiblemente a distancia y en línea; sólo ante un imprevisto: semipresencial. 

miércoles, 29 de junio de 2011

Consejos de un escritor fracasado a un fanático de Joyce

A M.M



Esa idea que juzgas tan original e ingeniosa que te conduce a creer que muchos otros compartirán tu juicio y se lamentarán de que no se le haya ocurrido a ellos antes, antes se le ha ocurrido a muchos otros y no la juzgaron tan original e ingeniosa.

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Hay tantas maneras de afrontar la ficción como la propia vida.
Presumirle al escritor una fantasía y una experiencia vital por encima de lo común es un error muy extendido, sin embargo su éxito depende generalmente de cuánto ha en común con sus lectores. 
Espero que estas palabras te sirvan de consuelo algún día, tanto si te conviertes en un escritor fuera de lo común como si no.

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Si por algún motivo tienes miedo a fracasar, intenta algo imposible.

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Si te empecinas en dedicarte a la escritura, lee siempre que puedas conseguir un buen libro y escribe el resto del tiempo. 
En la escritura no hay dinero, pero es un rato más barata que la lectura. 

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Ten presente que no hay futuro, ésa es toda la sabiduría del pasado. 

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El lector más exigente podría sintetizar la enseñanza de los clásicos en dos frases: "No dejes las cosas a medias. No seas como yo."


domingo, 19 de junio de 2011

Sonda de la muestra

Después de 17 horas de conversación con el escritor B.M. y cuatro o cinco rusos blancos.


La gente de nuestro tiempo vive de espaldas a la literatura.
Y se lo tiene merecido.

Vive de espaldas a nuestro tiempo.

martes, 14 de junio de 2011

Cioran, Odiseo y la tortuga



Cioran amaba a los perdedores. Había vivido muchas noches presintiendo la gloria hasta que concluyó con nosotros que la gloria es la verdadera perdición.

Una perdición expresada con diminutivo rumano.

Podemos satirizarlo, y aún comprenderlo.
Sirvan de ejemplo tantas personas de talento como las que secó la fortuna y la fama. Hay quien no conoce otro impulso. Y todavía hemos de felicitarnos de que estos pocos no se contenten con un puñado de monedas. El mundo en que vivimos cambia poco.

Pero cambia en respuesta a los desvelos de un donnadie.

Quizás el Paraíso Perdido cioraniano no fuera tanto España como esa noche repleta de presentimientos.

Cuando el mundo dirija hacia vosotros su gran ojo y os alcance la gloria, adoptad la estrategia de Odysseus y el nombre de Oudeis.

En mano de nadie está ser cualquiera.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Rajar de Borges en nuestros tiempos






Volver sobre Jorge Luis Borges, cuando uno jamás ha tratado de apartarse de su lado y tampoco ve oportuno salir en su defensa, debe considerarse, al menos acá, un percance de patio colegio, si no una riña de suburbio. 

En este mundillo, todos los días alguien se envalentona e intenta clavarle una punta. El borgecidio es una moda antigua y sórdida. Muy propia de aquella Aspaña Negra que rezaba el casticismo y merendaba barojadas y marañones. 

Son, en definitiva, la misma conjura de necios que se levantó, al menos acá, contra Galdós (a quien probablemente Borges no leyera). Y yo les hago el mismo caso que me inspiran moralinas y menendeces. 

De existir un rasgo infalible para identificar como clásico a un autor, me decanto por el hecho de que sus detractores consideren su rechazo una forma de transgresión.


Por eso a quienes realmente envidio es a los muchos lectores que confiesan no entender a Borges. Yo apenas he reservado un solo placer para el futuro.

Ah, ahora recuerdo por qué toco el tema Borges.

Este fin de semana leí, en uno de esos suplementos culturales, a una colmena de escritores despachándole, la mayoría elogiosamente. Quería escribir algo al hilo de lo que decía Rafael Reig (a cuyo blog linqueo desde ya mismo), pero el artículo se ha traspapelado en el diógenes de mi viejo. 

Me parece recordar que el Auster se merecía una pequeña pulla (sí, verbigracia, me refiero al pájaro). Había pie para volver sobre David Foster Wallace y Raymond Carver, que para mí siempre son excusa para hablar de las bromas infinitas de Henry Miller o Donald Barthelme, y Bukowski, y Chéjov. Asombrarme de los libros que no leyó Borges. Renombrar a Bolaño como el último mohicano. Reconocer impúdicamente la práctica del griego (y el latín). Y, en fin, sopesar la sombra de los espejos, la naturaleza de los anillos mágicos, los laberintos y todo lo que no es Borges; lo que es más borgesco que borgiano.

Ah, y Reig, y Clarín, y Galdós, y más cosas de las que en su momento me puse ciego y ahora he olvidado, junto a la ilación que las haría legibles.

Es un misterio que de tratar lo eterno y lo cíclico solamente persistan en la memoria estas ganas de rajar a un chulo.

Cosas del más allá, al menos acá.


lunes, 16 de mayo de 2011

Ceci n'est pas une pipe


                                               Imagen: Emilio Garrido



Ocurrió en 2011, bien mediado mayo, cuando ya parecía que iba a pasar otro año sin formar parte de la Feria del Libro, ni siquiera como público.

A decir verdad, resultaba extraño. Aún no se había publicado su libro. Entonces ni siquiera se reconocía a sí mismo como escritor. Algunos conocidos suyos le tenían por tal y así le presentaban a sus amistades, algunos en broma, otros por vergüenza. Sus otras ocupaciones se consideraban todavía más degradantes.

Al otro lado del teléfono, el periodista prefirió tomarlo por ignorante cuando no reconoció el medio para el que dijo trabajar (y cuyo nombre le pareció apropiado para una hoja parroquial). Pero estaba dispuesto a cualquier cosa. Le habían rechazado como figurante en una película de bajo presupuesto y en las salas de billar hacía tiempo que sólo se apostaba la próxima ronda.

—Está bien —dijo después de que la voz dejara de reír tras rogarle que le adelantara las preguntas por mail y justo antes de facilitarle las señas de una cafetería prudencialmente cercana a su guarida.

A la mañana siguiente se encontraba a la mesa con un redactor y un reportero gráfico, ambos más jóvenes que él, esperando su primer café; detalle que se traducía en un babilón pastoso que le obligaba a repetirlo todo dos veces, de modo que la frase perdía toda naturalidad.

Había acudido a la cita convencido a dejar correr la ocasión y ceder la patata a otros dos autores hispanoafricanos con los que había intercambiado teléfonos. Aunque más tarde desistió de compartir aquella suerte con nadie a quien apreciara.

La pareja de jóvenes emprendedores mediáticos había parido un ambicioso e innovador proyecto-cultural. Aguardaban a tenerlo terminado para recorrerse los ayuntamientos y recaudar su respectiva subvención en favor de las letras. La innovación residía en un mosaico de retratos de cuantos plumíferos hispanohawaianos pudieran echarse a la espalda, a cada uno de los cuales le ordeñarían un chorrito de ingenio en relación al Libro o a la Literatura.

(Las formas más respetables de indigencia).

El inédito y oscuro novelista hispanofañoso se achicaba por momentos en su incómoda silla. Su conocida timidez se encontraba a punto de saltar la mesa y aferrarse homicida al cuello de su interlocutor. En cambio pagó sus siete barraquitos y dejó que le acompañaran a su gruta para la sesión fotográfica.

(La verdadera humillación no requiere testigos).

El fotógrafo insistió en tomar como fondo su destartalada estantería repleta de lecturas desordenadas. Sugirió que apoyase su mano graciosamente en el mentón, en pose reflexiva, y declinase la cabeza en latín para reforzar la impresión. El retrato se editará en blanco y negro y así asemejará un escritor años treinta-setenta.

(Que todos los grandes escritores estén muertos no es para ponerse paranoico, sino para conservar mediocremente la calma).

Durante unos minutos se impuso el desconcierto. Se rascó la frente por donde amanece normalmente la urticaria en reacción al tópico. Incluso suplicó ser inmortalizado junto a su televisor averiado hace tres años, o cogido a su tabla de surf en bata ante el muelle cielo con panzaburro.


(Si bastara con ser sincero para resultar original nadie lo sería).

El chico tras el objetivo escuchaba cada una de sus sugerencias con la displicencia del ufano ante el profano, y con tono comprensivo pronunció las palabras mágicas:

—Hágame caso, yo sé lo que me hago.

(Quizá en ese instante supo que había dejado pasar la juventud sin publicar su libro).

Su compañero asentía desde un rincón mientras extraía de su cartera, para mayor consternación, una camiseta negra, unas gafas y una pipa.

—Así parecerá usted un escritor de verdad.


(Todo emblema es el fracaso de un símbolo).

Una lágrima se desmayó clandestina tras sus lentes al adoptar la postura y, al besar el tudel, sus labios de escritor de ficción musitaron una queja que acalló el clic de la cámara:

—«Yo no soy un escritor».


(Dijo reconociéndose a sí mismo).


domingo, 8 de mayo de 2011

Homines Ex Machina



A Fran y Kike


Son —como los últimos fareros— solitarios y espartanos, con un algo de maestro de obra egipcio o un poco de aedo musculado; el único capaz de tensar una descomunal lira de plomo.


Al igual que el faro, el teatro es una sospechosa mole obsoleta, persiste más en la imaginación de lo que realmente sobrevive y hace tiempo que sobre su nuca se mece el hacha pragmática del verdugo.

Quienes viven y trabajan en su interior subsisten con jornales de esclavo y responsabilidades de malabarista. Hablo de la tribu de maquinistas de teatro, la que una vez fue mi familia y hoy me mira con merecida desconfianza; mi vestimenta repugna al rey del taladro que llevo dentro, mis músculos yacen en un paraíso discal, apenas recuerdo cómo se dobla una bambalina.

La nostalgia es sincera, sabía mejor el pan amasado con el sudor de mi cuerpo.

Admiro el espíritu dual de estos obreros del arte; los he visto cargar pesos que doblarían a un estibador mientras consolaban a delicadas bailarinas rusas. Para convertirse en uno no basta la sola fuerza o la mera pericia, es necesaria esa sabia mezcla de humores.

Buena porción de este tacto exigido es pura psicología. El individuo que vigila la temperatura exacta del baño de la diva suele ser el mismo que luego sostendrá a pulso un decorado sobre su hermosa cabeza.

Una gran mayoría de artistas establece inmediata simpatía con los técnicos. Otra, sin embargo, parece considerarlos una especie de servidumbre de alquiler, por lo que el proverbial divismo degenera en vulgar tiranía.

El maquinista es resignado y no se enfurece fácilmente. De hecho se siente más comprometido con el montaje que estas divas de turno. Únicamente si el abuso trasciende lo humanamente soportable es posible desconcentrar al maqui y verle cometer algún error. Entonces la alemana cae a peso desde el peine junto a los pies de la prima donna.

Es una broma, claro, pero sigue siendo interesante contrastar la estadística de accidentes sufridos en escena con el trato de las estrellas al equipo técnico.

Yo solamente he conocido un cáncer parecido, el director de escena Giancarlo del Monaco, el hijo con menos talento del gran Mario del Monaco, el cual sisa varios millones por entorpecer el Festival de Ópera de Tenerife.

En el lado opuesto, dos técnicos en Santa Cruz de La Palma, a cuyo cargo y responsabilidad se encuentra no uno, sino dos teatros. Dos paradigmas de eficiencia, versatilidad y ubicuidad. A ellos y a mis demás compañeros están dedicadas estas palabras.




lunes, 2 de mayo de 2011

Ergo





Cuando me sale la seriedad, me entra la risa.





sábado, 9 de abril de 2011

Epitafio o última voluntad



Lego a mi único hijo todas mis deudas.

Debo un poco a todo el mundo. Incluso la poca riqueza que obtuve con los libros y los viajes se debió a esta deuda vergonzosa e inmensa con la atolondrada humanidad.


jueves, 7 de abril de 2011

Aforismo




A lo largo de los años, 
hice el amor por amor
y por accidente,


y sólo guardo 
dulce recuerdo
de los segundos.


El amor 
es el peor
de los accidentes.




miércoles, 6 de abril de 2011

De cínicos, canallas y escuelas


Finalmente, cerca ya de la mitad de mi vida, logro discernir entre dos sujetos que antes siempre se me habían presentado confundidos; confundidos, como es natural, entre la bendita multitud, pero también, y esto seguramente me empujó a minúsculas injusticias (si no a imperceptibles derrotas), confundidos el uno con el otro.
Jamás padecí el despreciable vicio de identificarme con lo estúpido que fui en cada edad. Me enerva volverme atrás, hacia el pasado. Encontrarme esa imagen absurda y equivocada de mí mismo devolviéndome la mirada. Primero porque no soporto sus reproches, mayormente: no has cumplido no sé qué sueños. Y segundo porque tal vez ando demasiado ocupado aumentando las dimensiones de aquellos sueños infantiles.
La vida se me había puesto cuesta arriba y siempre es una tentación deslizarse cuesta abajo. Cruzaba esa monótona noche un paso de cebra a paso salvaje, alejándome como alma que lleva el diablo del recital de un amigo poeta, o un poeta amigo (ahora no recuerdo), cuando se impuso entre mis pensamientos esta iluminación.

Años antes había escrito un "Índice de caracteres kafkianos". 

Para mí el checo era un autor de profundidad psicológica que escribía autoayuda, aunque ´conocí a un chileno que echaba el tarot en un café parisino para quien su obra era esquizofrénica. "Kafka", dijo referiéndose a su obra, "es pura esquizofrenia"; entonces pensé que el chileno no podía haber leído a Kafka, lo cual era increíble, o que los libros que él leyó y los míos no eran los mismos, lo que no tenía sentido, pues sencillamente yo no era el chileno ni quería serlo, y a lo mejor sí quería ser Kafka, o escribir como Kafka, y hasta mejor que Kafka (pues yo era aún muy joven y me drogaba), y me consolaba pensar que sólo intentarlo me hacía mejor que aquel cabro chileno que seguro odiaba a Kafka porque en su juventud, más o menos con mi edad y otros alteradores de la realidad como la pura envidia, intentó coronar sin éxito la suela gastada de sus zapatos de escritor muerto para siempre y no comprendió nada. 


Ni cómo se ponen esos ojos duros y frágiles, ni cómo se muere uno para siempre.

Atravesé las puertas de cristal del café reprimiendo la cólera. No quería ser linchado por la legión de fans del brujo que hacían cola y el rastrillo de baba. A unas tres manzanas de esa discordia, me abordó la revelación.

Mi maestro Gorgia me dijo una vez en Amsterdam que antes de participar al lector una revelación que trasciende el argumento se deben conceder tres minutos de prosa pesada, confusa o llanamente aburrida. Así se libra uno de los Canallas. (Su escuela, si se puede llamar así, no solo cree en el poder de la literatura, una demencia bastante común, sino que cree hasta el punto de tomar medidas responsables al respecto.) 

Hay que hacer que las ratas abandonen el libro.

Ahora sé que durante todos estos años he estado eludiendo la compañía tanto de Canallas como de Cínicos. Sus rostros, superpuestos, me habían ofrecido en cada ocasión una única cara más bien amable, ansiosamente amable realmente, y ahora no sabía cuándo ni con quién me había equivocado tanto.
Lo único que sabía con seguridad era que debía haber continuado desarrollando mi cuaderno de tipos. Un "Índice de caracteres" como el de Kafka o el de Gorgia, quien nunca creyó en la psicología, pero al que las formas del ser le preocuparon tanto como a Freud el sexo.
Estas dos noches que presento aquí solapan dos acontecimientos muy distantes en el tiempo. La noche en que una sonrisa de chivo  mateando en una pezuña me mostró el rostro de toda la canalla del planeta y la noche en que me vengo a dar cuenta de cuántos justos había entre aquella misma canalla.


Entre líneas, si se tiene buen oído, se apreciará el leve tarareo de una palinodia.


Supongo que mi perplejidad no es comparable con la del químico que al aislar un raro virus termina identificándolo con el paracetamol que le está matando. Pero al pesar de tratarse de un descubrimiento tardío le sucede la alegría de creer contar con bastante tiempo como para aprovecharlo.
Los Canallas son los hipócritas de toda la vida, todo el mundo a decir de algunos, especialmente los inmiscuidos en la política y la construcción, y en las artes, sobremanera los músicos, los fotógrafos, los actores y todos los que trabajan en el cine. 


Los hombres, en general. Unos con más talento que otros.


Visiblemente afectado decidí entrar en un bar al que no entraría en ninguna otra circunstancia. Echaban un partido de fútbol. Debajo del televisor se apelotonaba una bravía tertulia de hombres, y, entre ellos, me sorprendió reconocer dos caras. Dos tipos que conocía del teatro y que por el modo de ignorarse mutuamente yo sabía se odiaban a muerte. 
Su rivalidad era bastante pintoresca, apenas se conocían. Seguramente mediaba en ello alguna mujer (o una tercera persona de sexo indeterminado). Físicamente eran tan parecidos que pasarían por hermanos ante cualquiera.
Incluso en aquel apretado antro se resistían a dirigirse la palabra. Únicamente en el intermedio del partido, cuando los hombres comenzaron a hablar de mujeres, intercambiaron una recíproca mirada de odio.
El Canalla alardeó de no sé qué conquista. Si verdaderamente se daba alguna maña con las mujeres se hizo patente que se debía a que las despreciaba profundamente; quiero decir que probablemente le importaba su compañía y todos los nombres comunes asociadas a ellas pero ninguno propio, por lo que se podía permitir darles bola en todo y no contradecirlas más que para sacarlas de su cama.
Fue en ese instante exacto cuando El Cínico no pudo ocultar su profunda mirada de misericordia, unos ojos que decían "pobre hombre" (o: "pobre imbécil") y que El Canalla supo reconocer sin disimular su rencor y un poquito de miedo, quizá pensando que una indiscreción del Cínico podría jorobarle algún plan.
A mí me pareció tan curioso que un Canalla dejara de serlo en un petí comité de varoniles petimetres como que un Cínico no dejara de serlo nunca. 


Les doy este nombre a capricho, quizás me son tan similares que considero se merecen apelativos con una misma etimología. (De diferente procedencia, eso sí: una es griega y superviviente por una gracia de la filosofía, otra bastardo romance, italianismo agarrado como chinche a la germanía.) Una versión popular nos arrojaría  al Canalla como el Alma de la Fiesta y le perdonaríamos muchas cosas, sobre todo en los países latinos (léase Berlusconi, el cantante melódico de cruceros), y así mismo veríamos en el Cínico al proverbial Aguafiestas (léase, verbigracia, Diógenes tinajícola).
Los corolarios de esta revelación son infinitos y aplicables en cada nanosegundo de experiencia humana. Sin duda existen Cínicas y Canallas pero para desenmascararlas no basta con colocar micrófonos en una conversación femenina sin la presencia de hombre alguno. 


Todos los hombres saben que las mujeres prefieren a los Canallas. 


Todos los hombres, a la larga, prefieren ser Canallas.


Todos, sin embargo, ignoran la existencia de resistentes pertinaces, ésta es la buena nueva... la mala es que no tardan en volverse Cínicos.


Yo, por ejemplo, ¿cómo me las habré arreglado para no haber entrado al bar del partido de fútbol ni haber participado en la chistosa conversa de machitos hasta cerca de la mitad de mi vida?


Esto lo ignoro. 


Una parte de mí no tiene nada en contra de ello.



viernes, 1 de abril de 2011

El cierre de Al Faro


Mientras no escampe, en nuestro interminable regreso a casa habremos de aprovechar cualquier asío; ese peculiar trance en que cesa la lluvia y que tan sólo dura un instante.

El café librería Al Faro ha cerrado. 


El refugio del callejón Deán Palahí fue más que un asío para la ciudad que se levanta sobre esta laguna seca. Más que un combinado de madera, ladrillo y luz indirecta, e incluso más que el wifi y un par de torreones de libros.
  
Digo fue y aún me suena extraño. Todavía no he rodeado su entero significado ni he tejido una nueva estratagema para evitar perecer a la emboscada de tedio que son las ciudades cortas. 


Me temo que siempre tardo un poco con estas cosas que de repente son historia. 


Fue lanzadera escogida de una buena tonga de libros en su viaje al limbo de las estanterías, fue improvisado gimnasio de recitales intempestivos, fue piscina sin fondo ni socorrista, fue refugio atómico donde se ponía cara y cruz al azar de ciertas líneas, fue cuatro paredes con oídos para el griego clásico y el moderno, para el latín, el portugués, el provenzal, el alemán, el sueco, el árabe, el catalán, el esperanto, el esperpento y cualquier otro imaginable encanto; mitad pabellón auditivo, mitad psiquiátrico.


Pero para mí fue sobretodo el hogar de la tertulia homónima, la casa tomada y esa comunicación extraña que a pocos les llega la vida a alcanzar siquiera una vez.


Un lujo verdadero, si se puede pedir más.




martes, 29 de marzo de 2011

Momentos estelares de la literatura (6)


El rey Arturo (Graham Chapman) y su escudero (Terry Gilliam), tras mucho cabalgar dan con un castillo:


GUARDIA.- ¡Alto!, ¿quién va?

ARTURO.- Soy yo, Arturo, hijo de Uther Pendragon, del Castillo de Camelot, rey de los bretones, vencedor de los sajones, soberano de toooda Inglaterra.

GUARDIA.- Ya, ¿y el otro?

ARTURO.- ...éste es Patsy, mi fiel escudero. Hemos recorrido todo el largo y el ancho del país buscando caballeros que quieran unirse a mi corte de Camelot: ¡Quiero hablar con tu dueño y señor!

GUARDIA.- ¿Cómo, a caballo?

ARTURO.- Sí... 

GUARDIA.- ¡Eso son cocos!

ARTURO.- ¿Qué?

GUARDIA.- Fingen el ruido de cascos de caballo con dos cocos vacíos!

ARTURO.- ¡¿Y qué!? Cabalgamos desde que las nieves invernales cubrían estas tierras, a través del reino de Mercia...

GUARDIA.- ¡¿De dónde sacaron los cocos?!

ARTURO.- Los encontramos.

GUARDIA.- ¡¿Los encontraron?!, ¿en Mercia?, ¡el coco es un fruto tropical!

ARTURO.- ¿Y eso qué importa?

GUARDIA.- Que esto está en zona templada!

ARTURO.- La golondrina vuela hacia el Sur con el sol, y el vencejo y el avefría buscan climas más cálidos en invierno, y no son desconocidos en nuestra tierra...

GUARDIA.- ¡¿Insinuáis que los cocos emigran?!


Monty Python, Monty Python and the Holy Grail (1975)