miércoles, 28 de septiembre de 2011

Costumbres de la corrección de las maneras


Escribir es un secreto de los que se confiesan borracho, cuando acucia la pereza para tejer respuestas elaboradas que nos cubren con una respetable hoja de parra. Es confesarse un paria e inclinar la nuca para ser el centro de la amada burla. Momentos en los que a uno le da por soñarse matemático.

O mixólogo a cargo de una barra de cóctel, donde si es posible que alguno os pregunte si habéis patentado alguna mezcla también es posible ganarse el cielo sirviendo un gin-tonic como dios manda.

La trampa radica en confesarse secretamente lingüista y tener que descender con la maza a la galerada, donde otros lingüistas obran sus oscuras maquinaciones. No conozco tugurio más peligroso y me considero un experto en dichos antros. Hasta un quítame allá esas pajas resultaría una reclamación justa en esos sótanos editoriales en los que cualquier futilidad da pábulo a las grescas más virulentas.

He estado a ambos lados de la barrera. He visto los ojos inyectados en sangre del autor que escribe sobretodo e ipsofacto todojunto y el trémulo puño prieto del corrector que se los ha separado. A la ensayista asir por el cuello a quien le trocó un cuarentaiuno por un cuarenta y uno. Al crítico llorar porque una desaprensiva desamparó de cursivas a Peter Camenzind tomándolo por un nombre propio.

Un bando se encomienda a la RAE, los que gozan de mi simpatía no pueden sino encomendarse a sí mismos. Es decir, confesarse secretamente autores. Autoridades como aquellas a las que se encomienda la RAE. Menudo atrevimiento.

Quizás el mundo jamás les de la razón. No importa, agudizando el oído quizás escuchen al corrector murmurar para sus adentros Estos escritores de mierda...

No hay mejor bienvenida a la tribu.