martes, 15 de febrero de 2011

Gnoseología de un sócrata

La duda maestra

Todo plan de estudios debería comprender una asignatura que enseñase a dudar de él.

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Por simple precaución, todo mensaje se autodestruirá en pocos segundos.


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El sistema educativo se obstina tanto en impartir tantas certezas que no encuentra uno ocasión de fundamentar sus dudas hasta encontrarse frente al tribunal de su tesis doctoral.


(Y lo más probable es que para entonces sea una mala idea.)


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Cree el profesor que nuestro silencio le hace un flaco favor cuando pregunta ¿alguna duda?
Si él supiera lo gordo que es.


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Un hombre armado de una gran fe puede llegar muy lejos. Por contra, qué difícil es mover del sitio a un hombre que esgrime la más mínima duda.


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Aunque parezca mentira, lo pondrán en duda.

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Dudo de mí, contigo no me tomo la molestia.

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Soy una persona insegura: estoy seguro de que vosotros no.

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No tuve dudas al escoger oficio. Yo sé lo que es vocación. Es el tipo de cosas que uno es capaz de hacer conteniendo la risa.


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La duda máxima


No titubees, duda.

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Dudar de todo, incluso de la duda, no vaya a tomarnos por unos pardillos.

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Cuando te falte el aliento para seguir creyendo, no echarás de menos la fé, solamente el aliento.

viernes, 11 de febrero de 2011

Escaramuzas fantásticas



Cada una de mis fantochadas es en realidad el devocionario de alguna "Gran Idea".

Esas japutas me asaltan súbitamente no importa dónde me encuentre; aunque mis lugares favoritos siguen siendo la cola del súper, el wc y la pista de patinaje. Del modo más gratuito imaginable, y siempre dándoselas, absurdamente pagadas de sí.

Ignoro por qué se creen tan importantes. Si uno las mira bien, no son sino puras chorradas. Desde luego nada parecido al germen de una obra literaria; aunque JC diga que se puede empezar por cualquier cosa, incluso el cuento del gato con botas.

Las salva quizás el hecho de comportarse como primahermanas de la obsesión, lo cual puede resultar una ventaja si no tienes memoria. Pero que se presenten como la madre del cordero, eso no lo aguanto.

Ve a incordiar a cualquier lumbrera y deja en paz a este triste y honrado trabajador, me gustaría decirle a cada idea de ese tipo que se me pasa por la cabeza. 
Pero no hay manera de ahuyentarla.

Según se presenta, con un sostenido tachán se incrusta en el rincón más azul del cerebro, y en el acto se agazapa y pone huevos.

De modo que no pasa mucho tiempo sin que te cruce por la mente una recua de patitos tras su madre.

En cuanto te descuidas, les has puesto hasta nombre. Uuuh, entonces sí que estás de mierda hasta el cuello.

Maldita sea, sé que soy demasiado débil, pero ¿quién se ocuparía si no de estos pequeñuelos?

lunes, 7 de febrero de 2011

Estampa wifi


En la mesa de al lado, una casamentera india enumera en inglés las maravillas de un hombre ante una joven color aceituna de muy linda e ingenua postura.

Es un hombre mayor, sí, más de diez años mayor, le dice. Pero inmediatamente añade, abriendo mucho los ojos, que tiene unas piernas fuertes, unas piernas robustas.

Monta en bicicleta cada día.

La joven sonríe, adora pasear en bicicleta.
Pero la mamporrera se apresura a asestar otro golpe: la suya es una bicicleta estática.

Lo hace adoptando un tono confidencial, el mismo que emplearía una hermana o una madre, dada la diferencia de edad que media entre ambas, y solamente entonces se pone en evidencia el número de veces que se ha encontrado en idéntica situación.
Una intimidad tan perfectamente simulada delata profesionalidad.

Luego la toma de la muñeca y se la sacude con emoción, ¡y practica el jogging!, exclama junto al tintineo de sus pulseras. 

Está fabulosa, pero el género con que merca no está a la altura de su calculado entusiasmo.

La joven baja la cabeza abatida.
Es la primera vez que se deshace el contacto visual entre ellas. Entonces, algo cambia en el rostro de la diestra celestina. Se relaja. Y al relajarse, su verdadero ánimo florece a través de sus enormes pupilas como una revelación.

En sus ojos puede leerse la maldición al cielo del mercader que ve escaparse una venta, pero al mismo tiempo, cuando los vuelve de nuevo sobre la joven, una auténtica compasión maternal, tal vez la comprensión de quien pasó no hace tanto por el mismo trance.



Tiene dinero, dice de pronto en un tono que quiere zanjar el asunto.
La muchacha alza la vista, inexpresiva.

Mucho dinero, insiste sin soltar su muñeca y alargando las sílabas de una manera que provoca la risa de la chica.



 
Eso es todo. No volverán a tocar el tema. Aún pasarán un rato en silencio antes de que se decidan a pedir la cuenta.





Ambas creen que les corresponde pagar, esgrimen sus razones, disputan intercambiando cortesías: cariño sólo son dos cortados y por eso mismo cielo.

Ninguna da su brazo a torcer.
Durante unos largos minutos, gravita en el aire un tenso, fatídico y horripilante presagio.


Yo me precipito hacia la salida, antes de que saquen las armas y se destrocen.

viernes, 4 de febrero de 2011

María, posando



                                                                                                                             A  D.M



Aún teniendo alas y belleza queda lejos la felicidad.

Dolorosamente, crecen ojos a mi espalda. Me hostiga la risa cruel de la infancia y la red del coleccionista. La inminencia de ser aplastado; de que, pronto, clavarán mis alas con alfileres en un viejo álbum.


Terminaré sin haber conocido libertad mayor que la felicidad del gusano.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Educación Primaria




Muy temprano juzgué la educación infantil simplemente como una educación infantil.




Fuimos educados entre la pusilánime obediencia del aula y el demencial desenfreno del recreo. 
Nuestra única salida pasaba por meter bulla en clase y sacar los libros al patio. 
Ahora somos los únicos familiarizados con el despacho del director.





El aula de castigo solía ser la biblioteca. Allí, aquellos incautos, nos creían calmados y en silencio.





Me siento orgulloso de pertenecer a la última generación cuyos tutores aún creyeron en el castigo físico. Hay algo saludable en ser instruido por alguien que sabe defenderse.




Toda educación está orientada en un único sentido, el del ridículo. Los profesores disfrutan tanto ridiculizando a los alumnos como los alumnos a sus profesores y compañeros. 
Nuestra cultura nacional se reduce a la vergüenza ajena.




En cierta ocasión un profesor de historia leyó mi examen en la pizarra para poner en ridículo su estilo, a su parecer demasiado elogioso con ciertos personajes decimonónicos. Hoy solamente lamento que su crueldad no fuera perfecta y me señalase como el autor de aquellas líneas. 
Aún odio a aquel cura tanto como él debía odiar a Nietzsche y a Marx.





A esos pobres chicos a los que el profesor siempre les manda deberes para casa siempre les aprovechará más mandarles derechos para casa.




Veo difícil que existan maestros de talento en un sistema basado en evaluar a los alumnos.




La responsabilidad de un alumno con su educación es la misma que la de un enfermo con su cura.


(Al cual ha llamado su madre).






La excelencia académica suele estar relacionada con la capacidad de acatamiento. El progreso en cualquier campo ha de salvar siempre los obstáculos interpuestos por excelentes académicos. 




La educación no significa ninguna ventaja en la vida. No sólo se puede ser próspero sin educación, sino que además, los que menos invierten en su educación, son los más prósperos.





Durante algún tiempo se sostuvo la tesis de que a los alumnos destacados no se les corregía el examen sino que, sin leerlos siquiera, se les ponía directamente la nota acostumbrada. 
Porque suelo someter a prueba toda hipótesis introduje, en mitad de un exámen de historia, una mención a la madre de cierto cura. 
Aunque la tesis fuese cierta, yo no me destacaba por mi inteligencia.




Una educación útil e importante sería una educación diseñada para ser útil e importante en la vida de cada uno.



Los únicos maestros que ganan suficiente son aquéllos que enseñan a ganar más dinero.




"Vaya, otro que quiere ser astronauta". 
"No, no: argonauta", dije yo. 
"Pero eso es una fantasía", repuso el profesor.
Sin embargo, hoy estoy más cerca de la Cólquide que los otros niños de sus sueños. 
Más cerca de la luna.






Quién pudiera restregárselo a aquel cura cabrón...