jueves, 11 de agosto de 2011

A la atención de Sinteresada


Ilustrísimo/a Monsieur Pierre Bordieu:

Esta infame Disfacultad de Filología Pánica lamenta mucho informarle de carecer de la pasta necesaria para la adquisición de su asombroso aparato intensificador de la experiencia literaria.

No obstante, sería para nosotros un sumo privilegio contar con su presencia en nuestro próximo Congreso: "El análisis científico de las condiciones sociales de la producción y de la recepción de los análisis científicos de las condiciones sociales de la producción y recepción de las obras de arte".

domingo, 7 de agosto de 2011

Agonías de calimas y panzas de burro


Llevaba varios días sumergido en el letargo de la ciudad invernadero. Doblando las mismas calles que en aquella antigua rutina, sin motivo alguno, porque sí, como un turista. 

Prácticamente había recuperado el acento de la tierra y volvía a pasar desapercibido. Sorteando cuerpos de cucarachas por la acera, empapándose de la indiferencia de los edificios de piedra sudorienta y fachadas de hollín. Esta luz mortecina de agosto, la mórbida panzaburro, es la pocilga en la que nació. Con su rumor de conductores suicidas por encima de las olas.

Debe ser la única ciudad en las islas que aún le pisa a fondo en verano. Aquí no se toman vacaciones y celebran este cielo de presidio como una bendición. Lanzándose en melé a las calles. 

Le resulta desagradable cruzarse con rostros lejanamente familiares, casi borrosos. Un antiguo compañero de colegio le pide un par de pavos para un bocadillo de jaco. Un traje de corbata de estío lo detiene en una perpendicular a Triana para un qué ha sido de tu vida tómate una caña. Continuamente, es inoportunamente pescado.

Está sobrio, y de poco humor. Ser escritor es la más floja de sus bromas. Una broma idiota, demasiado privada, quizá, para un encuentro de paso.

No construye la frase que por lo habitual suena desdonadamente juvenil, perfectamente ridícula. Esta tarde ha perdido su gracia y la reacción que provoca no le divierte nada. 

Ante su reflejo en un escaparate, una efigie barrigona de guitarrista desahuciado, reconoce este nuevo vacío. 

Adivina un guiño oculto tras esas gafas de sol; una ligera sonrisa tras la bocanada de humo. Por un instante prefigura el deficiente par de párrafos en que verterá estas absurdas meditaciones. Tal vez todavía no se sienta capaz, pero experimenta una macabra satisfacción al haber logrado incapacitarse para cualquier otra cosa. 

Siente el pie en el abismo de Cioran; estas palabras (las suyas) no son las únicas de las que desconfía, sólo las que le despiertan menos misericordia. Dobla otra esquina. Ahora camina con un gramo de la energía de Witt sin escalera y una renovada sed de libros de viejo. Al sumarse a la marabunta de Triana incluso vuelve a sentirse solo. Leopoldo María Panero, recostado en su banco, le pide dos euros, y él responde que no tiene un chavo. Es mentira.


martes, 2 de agosto de 2011

Momentos estelares de la literatura (7)

Tras haber inspeccionado parte del gran puzzle que compone un edificio parisino sin fachada (como aquel otro sito en el número 13 de la rue del Percebe), y haber menudeado al pormenor con las reconcentradas existencias de sus inquilinos, nos llegamos al comedor de la señora Moreau, atiborrado de muebles, como por ejemplo un pequeño aparador bretón en el que siempre se había visto un licorero Napoleón III de papel machacado, un recado de fumar (con una caja de cigarrillos que representaba Los jugadores de cartas de Cézanne, un encendedor de gasolina bastante parecido a una lámpara de aceite y cuatro ceniceros decorados respectivamente con un trébol, un diamante, un corazón y una pica) y un frutero de plata lleno de naranjas, todo ello presidido por un tapiz que representaba unos jinetes árabes corriendo la pólvora; pese a todo lo cual nuestra vista se ve pronto atraída hacia la pared, donde

entre ventana y ventana, por encima de una coco weddelliana, palmera de interior de decorativo follaje, colgaba un gran lienzo oscuro que mostraba un hombre con vestiduras de juez, sentado en un alto sitial cuyos dorados salpicaban todo el cuadro.

Georges Perec, La Vie Mode d'Emploi (1978)