lunes, 16 de mayo de 2011

Ceci n'est pas une pipe


                                               Imagen: Emilio Garrido



Ocurrió en 2011, bien mediado mayo, cuando ya parecía que iba a pasar otro año sin formar parte de la Feria del Libro, ni siquiera como público.

A decir verdad, resultaba extraño. Aún no se había publicado su libro. Entonces ni siquiera se reconocía a sí mismo como escritor. Algunos conocidos suyos le tenían por tal y así le presentaban a sus amistades, algunos en broma, otros por vergüenza. Sus otras ocupaciones se consideraban todavía más degradantes.

Al otro lado del teléfono, el periodista prefirió tomarlo por ignorante cuando no reconoció el medio para el que dijo trabajar (y cuyo nombre le pareció apropiado para una hoja parroquial). Pero estaba dispuesto a cualquier cosa. Le habían rechazado como figurante en una película de bajo presupuesto y en las salas de billar hacía tiempo que sólo se apostaba la próxima ronda.

—Está bien —dijo después de que la voz dejara de reír tras rogarle que le adelantara las preguntas por mail y justo antes de facilitarle las señas de una cafetería prudencialmente cercana a su guarida.

A la mañana siguiente se encontraba a la mesa con un redactor y un reportero gráfico, ambos más jóvenes que él, esperando su primer café; detalle que se traducía en un babilón pastoso que le obligaba a repetirlo todo dos veces, de modo que la frase perdía toda naturalidad.

Había acudido a la cita convencido a dejar correr la ocasión y ceder la patata a otros dos autores hispanoafricanos con los que había intercambiado teléfonos. Aunque más tarde desistió de compartir aquella suerte con nadie a quien apreciara.

La pareja de jóvenes emprendedores mediáticos había parido un ambicioso e innovador proyecto-cultural. Aguardaban a tenerlo terminado para recorrerse los ayuntamientos y recaudar su respectiva subvención en favor de las letras. La innovación residía en un mosaico de retratos de cuantos plumíferos hispanohawaianos pudieran echarse a la espalda, a cada uno de los cuales le ordeñarían un chorrito de ingenio en relación al Libro o a la Literatura.

(Las formas más respetables de indigencia).

El inédito y oscuro novelista hispanofañoso se achicaba por momentos en su incómoda silla. Su conocida timidez se encontraba a punto de saltar la mesa y aferrarse homicida al cuello de su interlocutor. En cambio pagó sus siete barraquitos y dejó que le acompañaran a su gruta para la sesión fotográfica.

(La verdadera humillación no requiere testigos).

El fotógrafo insistió en tomar como fondo su destartalada estantería repleta de lecturas desordenadas. Sugirió que apoyase su mano graciosamente en el mentón, en pose reflexiva, y declinase la cabeza en latín para reforzar la impresión. El retrato se editará en blanco y negro y así asemejará un escritor años treinta-setenta.

(Que todos los grandes escritores estén muertos no es para ponerse paranoico, sino para conservar mediocremente la calma).

Durante unos minutos se impuso el desconcierto. Se rascó la frente por donde amanece normalmente la urticaria en reacción al tópico. Incluso suplicó ser inmortalizado junto a su televisor averiado hace tres años, o cogido a su tabla de surf en bata ante el muelle cielo con panzaburro.


(Si bastara con ser sincero para resultar original nadie lo sería).

El chico tras el objetivo escuchaba cada una de sus sugerencias con la displicencia del ufano ante el profano, y con tono comprensivo pronunció las palabras mágicas:

—Hágame caso, yo sé lo que me hago.

(Quizá en ese instante supo que había dejado pasar la juventud sin publicar su libro).

Su compañero asentía desde un rincón mientras extraía de su cartera, para mayor consternación, una camiseta negra, unas gafas y una pipa.

—Así parecerá usted un escritor de verdad.


(Todo emblema es el fracaso de un símbolo).

Una lágrima se desmayó clandestina tras sus lentes al adoptar la postura y, al besar el tudel, sus labios de escritor de ficción musitaron una queja que acalló el clic de la cámara:

—«Yo no soy un escritor».


(Dijo reconociéndose a sí mismo).


3 comentarios:

Maestro KewoSun dijo...

¡Sí Señor! Hoy es a mi al que se le humedecen los balcones de las desmayadas. El "pequeño" saltamontes se hace mayor... es escritor aunque quiera hacer otras cosas.

Anónimo dijo...

¡Fantástico!

Stefano

Óscar García García dijo...

Grazie per la sopravvalutazione, amici.