domingo, 8 de mayo de 2011

Homines Ex Machina



A Fran y Kike


Son —como los últimos fareros— solitarios y espartanos, con un algo de maestro de obra egipcio o un poco de aedo musculado; el único capaz de tensar una descomunal lira de plomo.


Al igual que el faro, el teatro es una sospechosa mole obsoleta, persiste más en la imaginación de lo que realmente sobrevive y hace tiempo que sobre su nuca se mece el hacha pragmática del verdugo.

Quienes viven y trabajan en su interior subsisten con jornales de esclavo y responsabilidades de malabarista. Hablo de la tribu de maquinistas de teatro, la que una vez fue mi familia y hoy me mira con merecida desconfianza; mi vestimenta repugna al rey del taladro que llevo dentro, mis músculos yacen en un paraíso discal, apenas recuerdo cómo se dobla una bambalina.

La nostalgia es sincera, sabía mejor el pan amasado con el sudor de mi cuerpo.

Admiro el espíritu dual de estos obreros del arte; los he visto cargar pesos que doblarían a un estibador mientras consolaban a delicadas bailarinas rusas. Para convertirse en uno no basta la sola fuerza o la mera pericia, es necesaria esa sabia mezcla de humores.

Buena porción de este tacto exigido es pura psicología. El individuo que vigila la temperatura exacta del baño de la diva suele ser el mismo que luego sostendrá a pulso un decorado sobre su hermosa cabeza.

Una gran mayoría de artistas establece inmediata simpatía con los técnicos. Otra, sin embargo, parece considerarlos una especie de servidumbre de alquiler, por lo que el proverbial divismo degenera en vulgar tiranía.

El maquinista es resignado y no se enfurece fácilmente. De hecho se siente más comprometido con el montaje que estas divas de turno. Únicamente si el abuso trasciende lo humanamente soportable es posible desconcentrar al maqui y verle cometer algún error. Entonces la alemana cae a peso desde el peine junto a los pies de la prima donna.

Es una broma, claro, pero sigue siendo interesante contrastar la estadística de accidentes sufridos en escena con el trato de las estrellas al equipo técnico.

Yo solamente he conocido un cáncer parecido, el director de escena Giancarlo del Monaco, el hijo con menos talento del gran Mario del Monaco, el cual sisa varios millones por entorpecer el Festival de Ópera de Tenerife.

En el lado opuesto, dos técnicos en Santa Cruz de La Palma, a cuyo cargo y responsabilidad se encuentra no uno, sino dos teatros. Dos paradigmas de eficiencia, versatilidad y ubicuidad. A ellos y a mis demás compañeros están dedicadas estas palabras.




3 comentarios:

Maestro KewoSun dijo...

Muy agudo, tan agudo que el corte de esa hoja es tan fino, que no es cuchillo sino daga.

Anónimo dijo...

No creo que el Teatro sea, como el Faro, algo obsoleto. Es la forma primitiva de vivir la realidad, solo que esta realidad, la vida, va adquiriendo o adoptando otros lenguajes para hacerse oir,y cuando no se encuentran palabras, se vuelve al principio, al Teatro.

Óscar García García dijo...

Estas consideraciones se restringen a un ámbito geográfico y se refieren a teatros concretos.

Es la maquinaria escénica de dichos teatros (patrimonios culturales y arquitectónicos de sus respectivas localidades) hacia la que apunta esa obsolescencia que menciono. Quiero decir que aún depende en gran medida del músculo de un ser humano.

Yo me muestro partidario de ello hasta cierto punto. No abogo por una excesiva mecanización, pero tampoco por un excesivo riesgo laboral.

En calidad de espacio, el teatro, gracias a la ópera, la música, la danza y cierta dramaturgia, tiene más garantizada su supervivencia que, pongamos por ejemplo, las salas de cine.

Es cierto, pese al atractivo del diferido, la vida sigue transcurriendo en vivo.