sábado, 16 de octubre de 2010

Castillo de naipes





La vida es como un castillo de naipes y yo vivo en la parte donde azota el viento.


Esta mañana he vuelto a hacer de emborronador de cuadernos en público. Escojo un tugurio vacío, pido un café, ¿que hace ruido?, pienso: mejor; si la tele prende a toda mecha lo más probable es que alcance el éxtasis.


Una sobremesa de viejos amigotes con puros y canas apuran los licores y los temas menos interesantes que puedan imaginarse. Un joven disfrazado de deportista se ofrece a acompañar a casa a la anciana que se acaba de beber todo el vino de La Esperanza. Su compañera le mira anhelante. La camarera, algo desdeñosa, le informa que todos los días sucede lo mismo.


Todos los días ocurre algo interesante. Se intenta sumar cada cartita con idéntico tiento, pero cada palmo ganado al cielo nos acerca un poco más al desmoronamiento. Esa vieja es una bala perdida, ya la conocemos; se colma de ira cuando el chico le ofrece el brazo. Para añadir confusión, el contenido de su bolso se desparrama por el suelo cuando buscaba calderilla decidida a marcharse. Habré visto la escena mil veces ¿por qué aún no sé dónde colocar la cámara?


Luego me quedo bobo con un spot publicitario. Algún día no tener televisión va a pasarme factura. De momento hace que me sienta como un anacoreta. Vivir al margen de los media puede convertirse en el moderno ascetismo. Dicen que se me nota, sobretodo por lo mal que llevo el blog. Que me hace parecer una especie de cascarrabias. A mí que me tengo por payaso.


Cómo explicarlo. Veo a ese humorista surciendo referencias televisivas que se esfumarán sin gloria y no logro sonsacarme ni siquiera la sonrisa que me suele suscitar la burla de los poderosos. Ninguno de esos cromos alberga el más mínimo poder. Pasarán, se caerán con todo el castillo, como los daguerrotipos que nuestros hijos señalarán como los signos de nuestra decrepitud. Es la fruta más perecedera, arrojada a la calle ya masticada. Algo tan horrendo que hay que cambiarlo cuanto antes, dijo Wilde, un placebo para el apetito de cambio.



Nos jugamos el futuro a una carta. El castillo es a todas luces perenne y ha tiempo que acaricia el firmamento. Basta con alongarnos y añadir callandito nuestra suerte. Lo demás es silencio, vida en suspense, contener la respiración. El castillo no amenaza más ruina que la nuestra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

todo pasa sin pena ni gloria ni dios lo quiera hasta que un tío listo decide comprar el tugurio y montar un bar fashion para gente guapa, entonces tú y yo perdemos el sitio y los guapos ni se dan por aludidos.el tugurio al final del cuento desaparece en la bruma del hastío.

Maestro KewoSun dijo...

Me ha gustado mucho el post, sinceramente.
Elegimos como vivir, lo único que perdura es el cambio, sin cambios no hay vida. Si no te gustan los cambios, muévete. Si te gustan los cambios, muévete, nada se va a quedar como te gusta.