Mi señor ultima los preparativos para hacer de nuestra existencia virtual algo menos virtual, algo más constante.
Tras casi un año ensayando el error, ejercitándose en la carcajada histriónica y hurgando sádicamente en las varias intensidades de la vergüenza ajena, al fin se ha decidido a (redoble) poner internet en casa.
Por fin se podrá llevar este blog con una poca de dignidad, no lo discuto, pero, ¿a qué precio?, y ¿qué será lo siguiente, ..., ¡poner televisión!?
Aborrezco su afán evolutivo y temo lo peor.
Cuando llegue el día no estaremos para celebraciones.
Estoy convencido de que vamos a echar de menos el salto sin red.
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