domingo, 7 de agosto de 2011

Agonías de calimas y panzas de burro


Llevaba varios días sumergido en el letargo de la ciudad invernadero. Doblando las mismas calles que en aquella antigua rutina, sin motivo alguno, porque sí, como un turista. 

Prácticamente había recuperado el acento de la tierra y volvía a pasar desapercibido. Sorteando cuerpos de cucarachas por la acera, empapándose de la indiferencia de los edificios de piedra sudorienta y fachadas de hollín. Esta luz mortecina de agosto, la mórbida panzaburro, es la pocilga en la que nació. Con su rumor de conductores suicidas por encima de las olas.

Debe ser la única ciudad en las islas que aún le pisa a fondo en verano. Aquí no se toman vacaciones y celebran este cielo de presidio como una bendición. Lanzándose en melé a las calles. 

Le resulta desagradable cruzarse con rostros lejanamente familiares, casi borrosos. Un antiguo compañero de colegio le pide un par de pavos para un bocadillo de jaco. Un traje de corbata de estío lo detiene en una perpendicular a Triana para un qué ha sido de tu vida tómate una caña. Continuamente, es inoportunamente pescado.

Está sobrio, y de poco humor. Ser escritor es la más floja de sus bromas. Una broma idiota, demasiado privada, quizá, para un encuentro de paso.

No construye la frase que por lo habitual suena desdonadamente juvenil, perfectamente ridícula. Esta tarde ha perdido su gracia y la reacción que provoca no le divierte nada. 

Ante su reflejo en un escaparate, una efigie barrigona de guitarrista desahuciado, reconoce este nuevo vacío. 

Adivina un guiño oculto tras esas gafas de sol; una ligera sonrisa tras la bocanada de humo. Por un instante prefigura el deficiente par de párrafos en que verterá estas absurdas meditaciones. Tal vez todavía no se sienta capaz, pero experimenta una macabra satisfacción al haber logrado incapacitarse para cualquier otra cosa. 

Siente el pie en el abismo de Cioran; estas palabras (las suyas) no son las únicas de las que desconfía, sólo las que le despiertan menos misericordia. Dobla otra esquina. Ahora camina con un gramo de la energía de Witt sin escalera y una renovada sed de libros de viejo. Al sumarse a la marabunta de Triana incluso vuelve a sentirse solo. Leopoldo María Panero, recostado en su banco, le pide dos euros, y él responde que no tiene un chavo. Es mentira.


No hay comentarios: