Muy temprano juzgué la educación infantil simplemente como una educación infantil.
Fuimos educados entre la pusilánime obediencia del aula y el demencial desenfreno del recreo.
Nuestra única salida pasaba por meter bulla en clase y sacar los libros al patio.
Ahora somos los únicos familiarizados con el despacho del director.
El aula de castigo solía ser la biblioteca. Allí, aquellos incautos, nos creían calmados y en silencio.
Me siento orgulloso de pertenecer a la última generación cuyos tutores aún creyeron en el castigo físico. Hay algo saludable en ser instruido por alguien que sabe defenderse.
Toda educación está orientada en un único sentido, el del ridículo. Los profesores disfrutan tanto ridiculizando a los alumnos como los alumnos a sus profesores y compañeros.
Nuestra cultura nacional se reduce a la vergüenza ajena.
En cierta ocasión un profesor de historia leyó mi examen en la pizarra para poner en ridículo su estilo, a su parecer demasiado elogioso con ciertos personajes decimonónicos. Hoy solamente lamento que su crueldad no fuera perfecta y me señalase como el autor de aquellas líneas.
Aún odio a aquel cura tanto como él debía odiar a Nietzsche y a Marx.
A esos pobres chicos a los que el profesor siempre les manda deberes para casa siempre les aprovechará más mandarles derechos para casa.
Veo difícil que existan maestros de talento en un sistema basado en evaluar a los alumnos.
La responsabilidad de un alumno con su educación es la misma que la de un enfermo con su cura.
(Al cual ha llamado su madre).
La excelencia académica suele estar relacionada con la capacidad de acatamiento. El progreso en cualquier campo ha de salvar siempre los obstáculos interpuestos por excelentes académicos.
La educación no significa ninguna ventaja en la vida. No sólo se puede ser próspero sin educación, sino que además, los que menos invierten en su educación, son los más prósperos.
Durante algún tiempo se sostuvo la tesis de que a los alumnos destacados no se les corregía el examen sino que, sin leerlos siquiera, se les ponía directamente la nota acostumbrada.
Porque suelo someter a prueba toda hipótesis introduje, en mitad de un exámen de historia, una mención a la madre de cierto cura.
Aunque la tesis fuese cierta, yo no me destacaba por mi inteligencia.
Una educación útil e importante sería una educación diseñada para ser útil e importante en la vida de cada uno.
Los únicos maestros que ganan suficiente son aquéllos que enseñan a ganar más dinero.
"Vaya, otro que quiere ser astronauta".
"No, no: argonauta", dije yo.
"Pero eso es una fantasía", repuso el profesor.
Sin embargo, hoy estoy más cerca de la Cólquide que los otros niños de sus sueños.
Más cerca de la luna.
Quién pudiera restregárselo a aquel cura cabrón...